jueves, 18 de diciembre de 2008

Deepak Chopra. El sendero del mago

“Toma”, dijo Merlín un día, mientras ponía un plato de sopa delante del joven Arturo. “Prueba”.
Arturo lo hizo, no sin vacilar. Era un potaje exquisito de carne de venado y raíces silvestres, misteriosamente sazonado por Merlín en un momento en que Arturo le daba la espalda. En realidad, la sopa estaba deliciosa y Arturo se apresuró a hundir la cuchara de nuevo, justo en el momento en que le arrebataban el plato de las manos.
“Espera, quiero más”, masculló con la boca llena todavía. Merlín sacudió la cabeza. “Todo el banquete está en esa primera cucharada”, le advirtió.
Al principio, Arturo sintió una oleada de frustración y desilusión, pero luego se dio cuenta de que se sentía satisfecho, como si hubiese consumido todo el plato. Más tarde, mientras dormitaba debajo de un árbol, Merlín se aproximó y le dejó un plato lleno de sopa al lado. Mientras se alejaba, el mago murmuró: “Sólo recuerda: ¿De qué me habrían servido todos esos años en la escuela de magia, si no hubiera podido enseñártelo todo en la primera lección?”

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Todos tenemos un yo-sombra que es parte
de nuestra realidad total.
El yo-sombra no está aquí para lastimarnos
sino para señalar nuestros vados.
Cuando acogemos a la sombra, ésta sana.
Cuando sana, se convierte en amor
Cuando aprendamos a vivir con todas nuestras
cualidades opuestas, viviremos nuestro yo total,
al igual que el mago.

“Parece que nunca te sintieras solo”, le dijo Arturo a Merlín. Había un tono de nostalgia en su voz. El mago lo miró atentamente.
“No, es imposible sentirse solo”.
“Tal vez para ti, pero...” El muchacho calló, mordiéndose los labios, pero no pudo reprimir sus sentimientos y estalló: “Es bastante posible sentirse solo. No hay nadie más en este bosque apane de nosotros dos, y aunque te amo como a un padre, hay momentos en que...” Sin saber qué más decir, Arturo calló.
“Es imposible sentirse solo”, repitió Merlín con más firmeza. La curiosidad pudo más que la congoja y Arturo dijo: “No veo por qué”.
“Bueno, solamente hay dos tipos de seres que nos deben preocupar a ti y a mí en lo que se refiere a este asunto”, comenzó Merlín, “los magos y los mortales. Ustedes los mortales no pueden sentirse solos porque tienen un gran número de personalidades en lucha dentro de ustedes mismos. A los magos les es imposible sentirse solos porque no tienen personalidad alguna dentro de ellos”.
“No comprendo. ¿Quién más hay dentro de mí salvo yo mismo?”
“Primero debes preguntar qué es esa cosa a la que llamas tú mismo. A pesar de la sensación de ser una sola persona, en realidad eres una combinación de muchas personas, y tus múltiples personalidades muchas veces no se llevan bien —todo lo contrario. Estás dividido en decenas de facciones, cada una de ellas en lucha por ocupar tu cuerpo.
“¿Eso le sucede a todo el mundo?”, preguntó el niño.
“Ah, sí. Hasta que encuentres tu camino hacia la libertad, serás rehén del conflicto entre tus personalidades internas. Mi experiencia me dice que los mortales siempre están peleando guerras internas entre todos los bandos posibles”.
“Pero yo siento que soy una sola persona”, protestó Arturo. “No puedo hacer nada al respecto”, replicó Merlín. “La sensación de ser una sola persona es producto de la costumbre. Bien podrías verte fácilmente de la forma como acabo de describiste. Mi versión es más cierta porque explica la razón por la cual los magos vemos a los mortales tan fragmentados y llenos de conflictos. Es tan grande el aturdimiento que me produce un encuentro con un mortal, que muchas veces siento que estoy hablando con toda una aldea condensada en un solo paquete de carne y hueso”.
El muchacho se quedó pensativo. “¿Entonces a qué se debe que me sienta tan solo? Porque, para serte sincero, así me siento”.
Merlín lanzó a su discípulo una mirada penetrante. “Realmente es extraño que puedas sentirte solo, considerando a todas esas personas que pugnan por ocupar tu cuerpo. Pero he llegado a la conclusión de que la soledad existe en la medida en que existan otras personas. Mientras haya un ‘yo’ y un ‘tú’, existirá una sensación de separación, y donde hay separación debe haber aislamiento. ¿Qué es la soledad sino otro nombre para describir el aislamiento?”
“Pero siempre habrá otras personas en el mundo”, protestó Arturo.
“¿Estás seguro de eso?”, replicó Merlín. “Siempre habrá personas, eso es innegable, pero, ¿serán siempre otras personas? Espera hasta que llegues al final del sendero del mago para decirme cómo te sientes”.

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Cuando se limpian las puertas de la percepción,
comenzamos a ver el mundo invisible — el mundo
del mago.
Hay un manantial de vida dentro de cada uno
de nosotros, a donde podemos ir en busca de limpieza
y transformación.
La purificación consiste en liberarse de las toxinas
de la vida: las emociones tóxicas, los pensamientos
tóxicos, las relaciones tóxicas.
Todos los cuerpos vivos, físicos y sutiles, son manojos
de energía que se pueden percibir
directamente.


Un día en que tanto Merlín como Arturo se abandonaban a la modorra de una tarde de estío, al lado de una quebrada, Merlín dijo: “Cuando era niño, dentro de mucho tiempo en el futuro, leí un poema. Me pregunto si te gustaría”. Arturo hizo como que dormía, con la mano sobre la cara para protegerse del sol de julio. Siempre que Merlín hablaba del futuro como su pasado, el muchacho sentía la necesidad de concentrarse mucho para no perder el hilo.
“No trates de hacer caso omiso de lo que digo”, prosiguió Merlín, “porque este poema es demasiado bello para dejarlo pasar:

¿Qué tal si durmieras,
y qué tal si,
estando dormido
soñaras?

¿Y qué tal si,
en tus sueños
volaras al cielo
y de allí trajeras
una rara y bella flor?

¿Y qué tal si,
al despertar
tuvieras esa flor
en tu mano?
¿Qué pasaría?

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El poder es una espada de doble filo. El poder del ego busca controlar y dominar El poder del mago
es el poder del amor
El asiento del poder está en el yo interior
El ego nos persigue como una sombra oscura.
Su poder intoxica y crea adicción, pero en últimas
destruye.
El choque eterno del poder termina en la unidad.

La tristeza se apoderó de Arturo al acercarse el momento de abandonar a Merlín. Tenía casi quince años y rara vez había departido con otras personas. “¿Estás triste por ir a vivir entre ellos?”, preguntó Merlín. “Después de todo, perteneces a su especie”.
Arturo apartó la mirada. “Estoy triste, pero ésa no es la razón”.
“Entonces, ¿cuál es?”
“Deseo preguntarte algo pero no sé cómo, o si debería hacerlo”.
“Hazlo”.
Había duda en los ojos del muchacho. “No es acerca de ninguna de tus lecciones. Más que nada, deseo saber... eso es si quisieras decírmelo...” Calló, incapaz de proseguir.
“¿Tal vez deseas saber cómo es estar enamorado?”
Arturo asintió, feliz de verse salvado por la intuición de Merlín. El viejo mago reflexionó unos momentos y dijo: “Ante todo, no te avergüences, porque en realidad has tocado un tema verdaderamente importante. Hay algo acerca del amor que no es posible expresar con palabras, pero ven conmigo”.
Merlín condujo a Arturo a un claro del bosque donde brillaba el Sol del medio día. Merlín hizo aparecer una vela encendida, la cual sostuvo frente al Sol. “¿Puedes ver si está encendida o no?”, preguntó.
“No”, dijo Arturo. La luz del Sol era tan brillante que impedía ver la llama de la vela.
“Pero mira”, dijo Merlín. Arrimó una bola de algodón a la llama, y ésta se prendió inmediatamente.
“¿Qué tiene eso que ver con el amor?”, preguntó el muchacho. Merlín no respondió. Se limitó a exprimir dos gotas del jugo de una genciana silvestre sobre los dedos del muchacho. “Prueba”, le ordenó.
Arturo hizo un gesto. “Es muy amargo”.
Merlín lo llevo a un lago y le ordenó que se lavara las manos. “Ahora prueba el agua”, le dijo. “¿Hay algún rastro del sabor amargo?”
“No”, admitió Arturo. “¿Pero qué tiene esto que ver con el amor?” Tampoco esta vez respondió Merlín sino que se adentró más en el bosque. “Siéntate y quédate quieto”, le dijo suavemente al muchacho. Arturo obedeció. Tras un momento, un ratón se aventuró a campo abierto; una sombra se proyectó sobre él, pero antes de que pudiera moverse, cayó presa en las garras de un águila, la cual remontó el vuelo hasta su nido en los peñascos.
Desconcertado, Arturo dijo: “Pero dijiste que me enseñarías sobre el amor. ¿Qué tienen que ver con él todas las cosas que me has mostrado?”
“Escucha”, dijo el maestro. “Al igual que la llama que se toma invisible ante el Sol, tu ego se disolverá en medio de la fuerza abrumadora del amor. Como el sabor amargo que desaparece una vez diluido en el lago, la amargura de tu vida será tan dulce como las aguas más frescas cuando se mezclen con el amor. Y al igual que la presa devorada por el águila, tu importancia parecerá un punto minúsculo en el ojo del amor que te devora”.

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La consciencia del mago es un campo omnipresente.
Las corrientes de conocimiento presentes en el campo
son eternas y fluyen para siempre.
En los momentos de revelación están contenidos siglos
de conocimiento.
Vivimos como ondas de energía en el vasto océano
de la energía.
Cuando dejamos de lado el ego, tenemos acceso
a la totalidad de la memoria.

Una mañana Arturo se despertó muy temprano, temblando en su cama de paja, y vio a Merlín mirándolo desde el otro lado de la cueva.
“Tuve un mal sueño”, murmuró el niño. “Era la última persona que quedaba sobre la Tierra y caminaba por bosques y calles totalmente desolados”.
“¿Sueño?”, dijo Merlín. “Eso no fue un sueño. Eres la última persona sobre la Tierra”.
“¿Cómo puede ser eso?”, preguntó Arturo.
“¿Estarías de acuerdo en que la única persona sobre la Tierra tendría que ser necesariamente la última?”
“Bueno, desde el punto de vista de tu imagen de ti mismo, a la cual las personas del futuro han denominado ego, tú eres el único”.
“¿Cómo puedes decir eso? Tú y yo estamos aquí juntos, ¿no es así? Y hemos visitado aldeas y pueblos en los cuales deben vivir cientos de personas.
Merlín sacudió la cabeza. “Si te miras honestamente, ¿qué eres? Una criatura de experiencias que se convierten constantemente en recuerdos. Cuando dices ‘yo’, te refieres a ese paquete único de experiencias, con toda su historia privada que nadie más puede compartir.
“Nada parece más personal que la memoria. Tú y yo hemos andado por caminos diferentes, aunque andamos juntos. No puedo mirar una flor sin tener una experiencia que tú no compartes. No es posible compartir verdaderamente con otra persona una sola lágrima o una sonrisa.
Cuando Merlín terminó de hablar, Arturo se veía muy acongojado. “Lo haces parecer como si todos estuviéramos completamente solos”, dijo el niño.
“Yo no”, replicó Merlín. “La actividad del ego es la que te hace sentir solo, sellándote en un mundo en el cual nadie más puede entrar”. Viendo la tribulación de su discípulo, Merlín suavizó la voz. “Y, no obstante, el ego se puede dejar de lado. Ven conmigo”. Se levantó y llevó a Arturo afuera de la cueva, hacia la oscuridad del amanecer todavía lleno de estrellas.
“¿Cuán lejos crees que está esa estrella?”, preguntó señalando a Canícula. Como era la mitad del verano, Sirio se veía brillante y muy cerca del horizonte.
“No lo sé. Imagino que debe estar más lejos de lo que puedo medir o siquiera imaginar”, contestó Arturo.
Merlín sacudió la cabeza. “No está a ninguna distancia. Piensa en esto: para poder ver la estrella, su luz tiene que entrar en tu ojo, ¿correcto? Los rayos de luz fluyen continuamente de aquí para allá, como puentes invisibles. ¿Qué es una estrella sino luz? Por lo tanto, si todo es luz — tanto aquí como allá y también el puente que une los dos puntos —‘ entonces no hay separación entre tú y la estrella. Ambos son parte del mismo campo unificado de luz”.
“Pero parece estar muy lejos. Después de todo, no la puedo arrancar del firmamento”, objetó Arturo.
Merlín se encogió de hombros. “La separación es sólo una ilusión. Pareces estar separado de mi y de las demás personas porque tu ego asume la postura de que todos estamos aislados y solos. Pero te aseguro que si dejas de lado a tu ego, nos verás a todos rodeados por un solo campo infinito de luz, el cual es la consciencia. Cada uno de tus pensamientos nace en un vasto océano de luz sólo para regresar a él, junto con cada una de las células de tu cuerpo. Este campo de consciencia está en todas partes, como un puente invisible que une todo lo que existe.
“Entonces no hay nada tuyo que no sea parte de todos los demás — salvo en la manera como lo ve el ego. Tu tarea consiste en ir más allá del ego y sumergirte dentro del océano de consciencia universal”.
Arturo estaba pensativo. “Tendré que reflexionar sobre lo que me has dicho”.
“Hazlo”. Merlín bostezó. “Yo todavía tengo sueño”. El mago se volvió para entrar en la cueva abrigada. “Ah, y antes de que lo olvide, antes de acostarte nuevamente, ¿querrías colgar esa cosa otra vez?”
“¿Cosa?” Arturo bajó la vista y para su sorpresa, vio que Canícula había sido arrancada del cielo y estaba a sus pies.

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El mago vive en estado de conocimiento.
Este conocimiento dirige su propia satisfacción.
El campo de la consciencia se organiza alrededor
de nuestras intenciones.
El conocimiento y la intención son fuerzas. Aquello
que tenemos intención de hacer modifica el campo
a nuestro favor.
Las intenciones comprimidas en palabras encierran
un poder mágico.
El mago no trata de resolver el misterio de la vida.
Está aquí para vivirla.



El joven Arturo tardó mucho tiempo en reconocer plenamente que había sido educado por un mago. Merlín lo había llevado al bosque a las pocas horas de nacido y sólo muchos años después, al regresar al mundo, comprendió la curiosidad que generaba su asociación con un mago.
“Si realmente conociste a Merlín”, le decía la gente (aquellos que se tomaban la molestia de pensar que el muchacho no estaba simplemente loco), “¿qué hechizos te enseñó?”
“¿Hechizos?”, preguntaba Arturo.
“Encantamientos, conjuros, las palabras mágicas de las que Merlín obtiene su poder”, decían, pensando que Arturo debía ser muy tonto o estar en algún estado de delirio.
“Merlín si me hablaba acerca de las palabras”, decía Arturo lentamente, reflexionando sobre la pregunta. “Me decía que las palabras tienen poder, que cubren los secretos de la misma manera que las trampas cubren los pasadizos subterráneos.
Tal explicación sonaba muy bien, pero no bastaba para aplacar la curiosidad de la gente. Todos querían saber cómo funcionaban en realidad los hechizos de Merlín.
“Bueno”, contestaba Arturo, “cuando yo era un bebé, recuerdo que Merlín me dijo ‘Come’. Cuando fui un poco mayor, me dijo ‘Camina’, y si me quedaba despierto hasta muy tarde, me decía ‘Duerme’. Hasta donde sé, he venido comiendo, caminando y durmiendo desde entonces, de manera que esas palabras debieron ser conjuros muy poderosos, ¿no están de acuerdo?”
Nadie lo estaba. Todos se iban cavilando si ese muchacho estúpido adoptado por Sir Ector llegaría a ser alguien algún día.
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El mago es el maestro de la alquimia. La alquimia
es transformación.
La búsqueda de la perfección se inicia a través
de la alquimia.
Somos el mundo. Cuando nos transformemos,
el mundo en el cual vivimos también se transformará.
Las metas de la búsqueda — heroísmo, esperanza,
gracia y amor — son el legado de lo eterno.
Para reclutar la ayuda del mago, debemos ser fuertes
en la verdad, no obstinados en nuestros juicios.


Tras abandonar el bosque de Merlín, el joven Arturo vivió con Sir Héctor y su hijo Kay Recibió el título de escudero, pero sólo de nombre. Arturo no tenía familia ni propiedades, no podía pagar por su ropa y nadie creía que fuera de familia noble. A espaldas de Sir Héctor, los muchachos de las caballerizas le lanzaban lodo y las sirvientas murmuraban que Arturo conocía la magia negra.
Debido a todo esto, Arturo pasaba la mayor parte del tiempo solo. Un día se encontraba sentado al borde de un robledal, mirando fijamente una vieja jarra de plomo, cuando Kay lo encontró. “¿La robaste?”, preguntó Kay con suspicacia.
“No”, contestó Arturo sacudiendo la cabeza. “La tomé prestada”.
“¿Para qué?”
“Alquimia”.
Los ojos de Kay se abrieron como platos. Había oído decir que los magos tenían el poder de convertir los metales inferiores en oro. “¿Aprendiste alquimia?”, preguntó. Arturo asintió. “Si puedes transformar el plomo en oro”, dijo Kay emocionado, “nuestra familia será la más rica de Inglaterra. Muéstrame”.
Arturo asintió con la cabeza y le hizo una señal a Kay para que se sentara a su lado sobre el césped. Sin decir más, comenzó a mirar fijamente la jarra de plomo. Al cabo de unos momentos, Kay observó que Arturo tenía los ojos cerrados. Esperó impaciente, pero cuando Arturo abrió los ojos quince minutos más tarde, la jarra seguía siendo de plomo.
“Creo que eres un fraude”, dijo Kay furioso. “La jarra sigue siendo de plomo
Arturo no se inmutó. “Pues claro que sí. Está allí sólo para recordarme algo. Soy yo quien está tratando de convenirse en oro.

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La sabiduría vive y, por lo tanto, siempre
es imprevisible.
El orden es otra cara del caos, el caos es otra cara
del orden.
La incertidumbre interior es la puerta hacia
la sabiduría.
El aventurero siempre irá acompañado
de la inseguridad, pero aunque tropieza, nunca cae.
El orden humano está hecho de reglas. El orden
del mago no tiene reglas, fluye con la naturaleza
de la vida.


Merlín solía tomar nota de los detalles más pequeños de la naturaleza, y en todos ellos veía lecciones. Un día, mientras caminaba por el bosque con Arturo, oyeron la perorata que un grajo les lanzaba desde un pino cercano.
“Detente y mira”, le susurró Merlín.
El grajo era un pájaro nervioso, caprichoso. Tras hacerse oír de los dos intrusos, voló hasta otra rama con mejor vista, pero a los pocos segundos no le bastó y voló hasta una tercera. Después aparentemente olvidó que ellos estaban allí y bajó al suelo para inspeccionar un cono de pino. En cuestión de segundos, pasó de chapotear en un charco a espantar un reyezuelo verde y a picotear un trozo de corteza podrida.
“¿Qué piensas de eso como forma de vida?”, preguntó Merlín.
“No mucho”, replicó Arturo. “Actúa como una bola de plumas sin cerebro, sin idea alguna de lo que desea hacer”.
“Así parecen ser las cosas cuando una criatura vive confiando únicamente en Dios”, dijo Merlín. “Se pasa el día persiguiendo despreocupadamente un impulso tras otro sin pensar en el futuro y, no obstante, debes admitir que la pasa bastante bien”.

3 comentarios:

Velocet dijo...

Apuf, tengo tanto que leer y cada día parece que el tiempo se me hace más cortito que se me hace imposible leer una entrada como ésta. Así que, bajando, me he parado aquí:

¿Qué tal si durmieras,
y qué tal si,
estando dormido
soñaras?

¿Y qué tal si,
en tus sueños
volaras al cielo
y de allí trajeras
una rara y bella flor?

¿Y qué tal si,
al despertar
tuvieras esa flor
en tu mano?
¿Qué pasaría?


Demasiado blanco para mi gusto aunque me ha hecho pararme a pensar en lo olvidadas que tenemos a veces las cosas más sencillas como el simple hecho de soñar.

En fins... un saludo, peña

Juan dijo...

Me sorprendo mucho cuando encuentro un texto con contenido. Son muy escasos. La cabeza que lo ideó esta bien amueblada. Espero que la suerte le haga un amago de sonrisa.

Sergio dijo...

El blanco como unidad, es un color bonito, amigo velocet. Escribir o leer lo que está escrito, es como todo, observar, para qué tomar nota...El libro es cortito, 60 páginas, y en mi opinión bastante revelador. Me llegó en doc word, si alguien quiere que se lo mande, lo contempla en su total contenido, para eso lo pongo. Muy amueblado está Chopra, sin duda. por suerte, si existe la suerte, los hay así...
Y Tanto a velocet, como a juan, como a felix o como a lucas, o como a cualquiera que le apetezca. La puerta está abierta para compartir lo que se quiera, aquí, en el dolmen. Sólo tenéis que decírmelo y os añado como autores. Para que los ecos que somos del aire, agiten el viento del todo que somos.
Un abrazo y salud