lunes, 18 de febrero de 2008

Destripando lo invisible

Irreverente es excéntrico. Anoche tuvo un cadáver entre sus manos y lo llamó Irrelevante. “Como no es importante –pensó–, lo utilizaré para mis experimentos con cruces gamadas y estrellas de David”.

Caminando, busca pisar el rayito de luz dibujado en la acera por la sombra homogénea de las hojas de los naranjos (Irreverente prefiere llamarlos “árboles inservibles” desde que se enteró de que sus naranjas no se pueden comer).

En el autobús le gusta observar miradas. Una bebé inquiere a todos con los ojos bien abiertos mientras descansa sobre los de su madre. Todos miran a su vez a la bebé.

Se relamen.

La científica radical piensa en diseccionar su cuerpo. El científico moderado la sometería a una prueba, decisiva para su tesis, consistente en estar 48 horas frente a máquinas telepáticas. El teórico del lenguaje pediría la cabeza diseccionada a la científica radical con tal de encontrar un molde gramatical en su cerebro. El antropólogo piensa en aislar a la bebé de todo estímulo cultural con tal de demostrar su teoría de la tabula rasa. La bióloga evolucionista está segura de que esa bebé está determinada por sus genes, pero es consciente de que sólo cuando crezca podrá contribuir a sus métodos científicos. Cuando pudiera responder a las encuestas de la bióloga evolucionista, el propietario de la cadena de estética idearía una campaña de marketing que le enseñara a ser femenina. El principal accionista de la televisión piensa, principalmente, en engancharla ya desde bien pequeña a una serie de adolescentes rebeldes que comen yogures caducados.

Irreverente también le mira. Piensa en que ya es demasiado grande para ir en carro y en que tiene demasiado plástico con forma de osito a su alrededor. “Señora, ese crucifijo ahogará a su hija cuando duerma”, a lo que fue respondido con negativas alusiones a su incumbencia. Irreverente piensa en que todos los nombres determinan lo que designan, y por eso muchas veces odia el suyo. Anoche, por cierto, Irreverente mató un mosquito y, al ver que no se quejaba, lo llamó Irrelevante.

4 comentarios:

Víktor Gómez Valentinos dijo...

Tras un mundo inextricable, quizá soñado, quizá soñandonos a nosotros entre la lectura y la vigilia, aparecen los motores, las causas no visibles, el entretejido de lo inaudito, más de lo familiar. Y convergen por carencia de resguardo. Buscan en la página, un techo, un lugar no a la intemperie.

El que escribe aún no lo sabe, pero les ha condenado a un exilio sin retorno.

¿irrelevante?

Cae la mañana y con ella el mirar.

Encima de mi mesa, un mosquito aplastado es la única huella del no hacer, del prescindible lapsus entre la lluvia que reclama al cuerpo, la tarde que reclama la lluvia, el poema que huye del infierno.

¿testigos?

uno que volaba y que no dirá ni mu. este que os envía la misiva, que no sabe en que encrucijada salir del laberinto.

¿irreverente?

Ni el diablo que escribe la historia del mundo lo sabe.

¿o si?

Un abrazo, Maika, bueeen texto.

Poesia dijo...

Maika un texto cojonudooo!! Algo así querría haber escrito yo..jooo!!!
Yo creo que en realidad el mundo está lleno de irreverentes "mudos"...

EL BUSCADOR DE ... dijo...

Para consuelo de este ( y puede que de otros) irrevelantes, las naranjas no comestibles o amargas son las que se usan para fabricar Mermelada.
Exquisita irreverencia.

Víktor Gómez Valentinos dijo...

El maestro de titiritero tiene el don de la palabra.

Y hoy, dulce acierto, ambrosía.

Un abrazo,

Viktor