jueves, 5 de junio de 2008

Debe de ser que en ocasiones, según la persona y las veces que lo ha sido, se necesita, una verdad guiada para seguir sorteando obstáculos, mientras va posándose otro surco de mentira a sus anchas. Como un gato que sólo vivió en una habitación con líneas horizontales en la pared y al encontrarse con lo vertical, fuera de ella, ve, como se quiebran sus bigotes.
Mi bisabuelo era muy creyente, posiblemente el más cristiano de su pueblo… Era una época en la que se primaba la juela, azada corta, sobre la pluma larga, por cosas de la tierra. Y el proceso surtió su efecto, para repoblar con el mito. Y el foco del mito, que no es la relación de la historia, con la realidad, sino con su función, consiguió lo suyo: endulzar la zanahoria tras el palito.
Y otra vez, en un sitio en el que el proceso, se mide en lo llenas que quedan las manos, al cerrar el puño y encoger el brazo.
Nada sabía mi bisabuelo, ni mi abuelo, de física cuántica…Ni de la peli Zeitgeist, que se ve fácilmente en el google vídeos, ni del orden criminal del mundo. Son todas incipientes, nuevas formas de subyugación, para la experimentada parafernalia de propaganda, de diablo y de viejo, según cada época.
Pero bueno, pasó, lo que tenía que ocurrir, no hay bastante escarmiento… Una guerra, la última romántica según la han denominado, y toda un vida, que se dice pronto. Gracias a Dios, en las manos de mi abuelo cayeron tres o cuatro novelas de las llamadas, de pensamiento libre, que forjaron un espíritu libertario, la lástima, olvidar que el mundo no deja de sorprenderte, y que no hay que perder la mirada de niño nunca, pueden pasar tantas cosas si se olvidan los límites.
Y tal vez por todo esto, se perdona la ignorancia y no se pone remedio. Y seguramente por eso, mi abuelo, tras el conflicto, de regreso a su vida de agricultor en su amado pueblo, perdida la oportunidad para un mundo distinto. Él, que era el encargado (antes que yo, mis dos abuelos, ya eran poetas), de en la homilía de pascua, con todo el pueblo reunido, recitar la jota versada. Esa prosa, la última recitada hasta ahora, la última vez que se hizo en un ambiente tan distinto, que no sé yo si ha dejado de serlo. La cantó, mi abuelo, de esta forma:

“Cállame Jesús no me llores
No te tengas que enfadar,
Que aquellos tiempos felices
Jamás, nunca
Volverán”


Por suerte yo nací ambidiestro, como todos vamos. Y sé, hacer un caballón para plantar patatas y además, rimar dos frases. Cosas de la evolución de las especies, sin duda, gracias a los guisantes precedentes.

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