Y qué, si dejas de escribir. Y qué. Ya no sabes, ni qué era lo que querías decir. Cuantas veces te desdices...No existen las reinas de las aves, para la tribu de los pájaros que son estelas en el aire... qué es, describir el horizonte de cadáveres que agonizan creyéndose vivos, tus miradas de ojo muerto, que son, más que hechos ignífugos que arden. Palomitas que se cuecen. No has abierto ni los ojos y te crees capaz de iluminar con ellos el resto del mundo. Bien…, y qué más. Si a todo esto, se le pudiera llamar, unas explicaciones.
Y demostrar de verdad que no es tu ego, tu forma de plasmar, tu manera de pensar el acierto de tu reconocimiento frente a lo que te viene de dentro y ves afuera, deja eso Sergio, deja eso y escribe..., que me preocupaba por que saliese un bonito verso de una situación injusta desde el ordenador, por agitar con la belleza de mi verbo conciencias impasibles de tan impávidas. Menuda idiotez. Cuando todo existe por estar en mí. ¿Qué es lo que denuncio? Si lo anónimo es conocido, y es otro ego intentando inflarse, no muy serenamente. Y va y era, y es, todo, nada más que amar, amar solamente, mirar con amor, ni con odio, ni con rabia o con desdén, sólo con amor. Pese a lo que pese. Pase lo que pase. Solamente amar, como tú ya sabes, como todo el mundo sabe.
Y qué debo de hacer. Si se debe, apagar todo sonido y domar el corcel errático dirección de sentido, timonel varado en ecos, bandazos de rebote, que es la luz de lo que miro. Y lo que hay que hacer, es estar en calma ante el tropel de pensamientos, de imaginaciones y de ideas, ante las que nuestro cerebro no distingue su existencia real o no. Acallar todo rumor..., que si ves, si oyes, si sientes, eso no eres tú. E ir hacia el que lo recibe todo, hacia la facultad de percibir. Si es preciso aquietar el agua para que se pose todo, y se vea todo más claro. Y pararse quieto en lo más profundo de uno mismo, para que se refleje en la calma propia, igual quietud en todo sitio, de un amor unidireccional en todo lugar.
Somos nuestros recuerdos, una red tejida por nuestras experiencias que almacenada está ahí, todavía viva y en movimiento, el cerebro no distingue entre lo de dentro y lo de fuera. Y así actúa, condicionándonos, ante todo lo nuevo que continuamente ocurre.
Parafernalia mística, comidas de cabeza, a lo mejor, o tal vez vaciarse de todo lo accesorio y no escuchar tanto al miedo que nos hace perdernos tantas cosas, que sin embargo suceden igualmente…
La verdadera revolución es esto que está aquí dentro.
De qué quieres que hable, cómo quieres que lo diga. Es simplista pensar que no soy mis rastros, que emerjo cada segundo sin marca, sin muesca por la experiencia que me agolpa, que no cesa de golpearme… Las cicatrices están por todas partes: en nuestra carne, en nuestros huesos, en nuestras espaldas, en nuestras pesadillas, en nuestra locura y en toda la insania, en la insensatez del mundo: en sus torturas, en sus guerras, en sus prisiones… Y qué hago yo, ¿hacer poemas?...Todos los traumas, memoria que guardan mis células, desde mi concepción, que me hacen ver el mundo según las fisuras con que lo veo. No es uno el primero en ver avanzar el dominó, correr tras un leve roce cada vez más rápido. Quién soy para sentirme distinto, para creerme diferente, si toda separación genera conflicto y afianza la grieta.
Por eso cree este bloog: el dolmen de la empatia. Con la intención de aunar voces que se mezclaran con la mía como la conciencia de ser también el otro, de azotar conciencias como dice Luci, como hace Jen y tantos otros también. Ya no soy tan radical, sería capaz (claro si supiera inglés) de abrazar al arbusto o al capitán trueno de los bigotes (aunque para éste no hace falta saber idiomas), y poner mi atención, lo único que existe, en ver la bella dentadura de un perro muerto y no sus tripas con moscas. Y me puse Nemo, que significa nadie en latín, aunque me quede todavía esa para licenciarme. Soy como soy por estas cosas: mis yagas, lo que hago y las heridas que cierro.
Por eso también, no me gustan los juegos florales, y a recitales voy, por ver a algún amigo...prefiero el campo, la sonrisa del agua cuando respira y los sonidos que nacen de dentro. Y cuando en el portal de búsqueda de curros puse: cultura y arte, y me salió: gogó de discoteca, me miré las piernas y preferimos el arte en la calle. Eso me interesa, que nos hagamos ola, sumemos nuestras gotas y no cese de llover para cambiar la memoria del agua. Sin otra bandera o estandarte que lo que todos dentro tenemos: amor.
No le doy tanta caña a mi pulmón, por eso de no ser ni estar tan triste. Y por eso de hacer con lo de dentro fuera, en este mundo cuántico. Me busco, profundamente, donde más escondido me encuentro. Y me estoy haciendo mago, hago soñar a los niños (esas personas bajitas, con menos arena encima), y se ríen y se emocionan. Y no ansío llegar a ninguna orilla, mejor formar parte, de una nueva corriente de este instrumento del universo para tener conciencia. Una conciencia que necesita variar su dirección, que está dentro del cambio.
Hay una paloma que oigo, cuando estoy en mi habitación por la tarde o a medio día, que he visto posarse en una antena de televisión en la finca de al lado. Parece que descansa de su vuelo como algo más que un pájaro, a saber... Quién sabe a ciencia cierta, que lo que ve, es lo que existe y no una óptica. Como la primera vez que me acerqué al fuego y se creó un patrón con el que me relaciono con él desde entonces, si me acerco quema.
Mis mejores historias no son mías. Hay una, que cuento mucho, que cuanta bastante también Jodoroski, aunque podría ser de Snnopy, y es cierto, si fuera del perro, sería raro. Dice así:
En la China, había una vez una aldea, al pie de una gran montaña. De forma que, al pequeño pueblo del llano, nunca, le llegaban los rayos del sol. Y por eso mismo, en la aldea, los niños, los jóvenes, crecían enclenques y débiles, con una esperanza de vida agónica. Vamos, que vivían sin sol.
Y de ese pueblo un buen día, un anciano decidido, fue hacia la montaña con una cucharilla de té…
¿A dónde vas abuelo?- le dijeron algunos habitantes que observaron su marcha.
Pues… voy, a mover la montaña- contestó él.
Pero… ¿cómo vas a mover la montaña?, ¿qué te crees que vas a hacer?
El anciano enseñó su cucharilla para responderles.
Voy a mover la montaña- repitió
Empezaron a reírse, las gentes que se habían agolpado a la salida del pueblo.
Pero…¿sabes que no vas a poder moverla?, ¿Sabes, que tú sólo no vas a poder hacerlo?
Sí… lo sé- contestó el abuelo- Sé que yo sólo no voy a poder moverla, pero alguien, tiene que empezar.
2 comentarios:
Y por eso te quiero un montón...aunque lo que no acepto son los abrazos al arbusto...ya lo sabes.
Yo tengo una cucharilla también; por donde empiezo, viejo?
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