Estas líneas no van a hablar sobre la herida, hablan, sobre la sanación (palabra agregada al diccionario). Es costumbre con el remedio (sin haber distancia), encender la lumbre. Las costumbres están para los acostumbrados, el orbe crece con lo nuevo, con lo que se crea. Quién es el que odia la lluvia. Cuántas estrellas hicieron falta. No quedarse sentado y mirar, el castillo de luces. Se apaga o se consume, medio repetido (sin ser nada igual). Se dice, se hace (siendo todos lo mismo).
Y cesar de ser para encontrarse en todo.
Si por el húmedo cuerpo solo gotea ese llanto, vestigio del tañer brusco y madrugador que rompió la cuerda, esas lágrimas, que claudican ojos y ojos empañados, esta sensación... Como dueño y señor de lo que siento, por lo claro y transparente de la memoria del agua. Sin darle más bola. Y sobre todo, a ninguna altura tampoco por debajo, una onda más de las estelas en el mar, por el único existente, estado de la existencia: Yo: soy. Primera persona del presente. Yo soy, ahora. Ahora, yo soy, lo que siento.
Y no es depresión, ni alcanzar ninguna cima, vivir más bien, a la consciencia máxima encomendado, por los pasillos en errático desorden de baldosas, por ser humano. Y no es la esperanza, no se espera nada se hace todo, ni confiar en el mañana. Es un hoy, un hoy muy grande, tan capaz y tan posible, como lo quiero sentir.
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