jueves, 20 de septiembre de 2007

Sueños de evanescencia

Insalubre reducto afamado en lamentos, con decenas de zanjas. Receptáculo de yagas que se hacen de sorna. Unas sombras se mueven a lo lejos. Todo está oscuro, de ese color adquirido ante unos ojos acostumbrados. Tinieblas templadas. No se oye un alma. Acaso el refulgir de una estela de muerte que quiebra una nueva vida, como otra primavera degollada por el aire. Nada más. Solamente. A intervalos. En una de las trincheras al cobijo de una tapia, un hombre, exhorta a las reducidas masas agolpadas.
- en pie…, En pié; (se levanta), ¡En pié! No os agachéis, el ser humano tiene que luchar, tiene que ponerse de pié. Rápido, no queda ni tiempo. Para que nos dejen ya de dar, con el palo y no existan ya palos. No se puede seguir así. Toda la vida agachando, participando del engaño, golpeándonos. Nada más que haya uno de ellos, que no está conforme, se acrecienta un tanto el valor de nuestra lucha. Tenemos dos brazos, dos manos, dos pies, hay que hacer y luego decir. ¡Levantaos! No debemos agacharnos.
Se oyen un chillido y un trueno lejanos.
Una mujer levantada a su lado.
Por un momento se produce un tumulto.
-¡Claro que sí! Hay que alzarse, por nuestros hijos, para lograr el mundo que soñamos en el que no hay distintos, en el que cada vida que nace merece lo mismo, gritemos para eso, sin esclavos, vivamos de pié por eso.
La luz en torno suyo emite una ráfaga hiriente de sonido y fuego.
Sólo se oye un grito.
La escena se repite por doquier, en la planicie, como a un yermo campo le brotan sin embargo por momentos, ramilletes de esperanza.

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