viernes, 18 de abril de 2008

Un par de días después

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"De cómo la apariencia casi nunca nos salva
o empeora la fiebre hasta el desmayo"
Julio Obeso
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En apariencia un buho rojo no es un llavero, ni un libro azul una pecera, pero con peces rojos uno si puede colgar las llaves de un reino que si es de este mundo, aunque nos parezca a veces matrixiano. En realidad no hay poema, solo un soplar entre hojas desvencijadas, entre puertas cadudas que ya no abren sino el imposible lugar del canto. ¿hay pájaros? ¿ni tan siquiera nubes? Y ese claror, ¿qué espera?. No es el miedo, es la culpa. Precioso barrizal, largo e imprevisible, en el que uno no avanza sin hundirse hasta el cuello. Neobarroso, decía el poeta. No un río, su limo y su cauce entre.
Del barullo que se apaga y de la espectación. Luego nada. No somos nada, otro par decía al poeta. Entre poetas se tiembla con retardo, con ausencia, en el retorno de lo dicho, navaja inevitable, tajo, tajo, tajante como una verdad irreplicable, madre del silencio. Y no hay pájaros, tampoco el ruido les quiere.

Y yo, mirando por la ventana seguía como seguía un zagal las curvas perfectas de abril a mediodía. Seguía un seguir el movimiento que distrae de aquello que crece a pesar de tanto y todo.

Un par de días después de sopesar la similitud de un bar con la memoria dejaba sobre la mesa el muertecito verderón. De abrir el puño, de sentir su no latido, ¿qué cuentas podrían darse sin mentiros?

Víktor Gómez

2 comentarios:

Julio Obeso González dijo...

Cierto día de sequía íntima en el que mi afónica pluma firmaba ejemplares en blanco, decidí no volver a escribir, dar la espalda a ese paisaje antinatural que la frustración garabatea y te pone el alma gris. Una vez resuelto, los pájaros sólo eran pájaros, los peces, peces y no tenía que buscar metáforas, ni huir de los genitivos; es decir: Mejoró claramente mi calidad de vida, sueño, relaciones sociales. Tracé nuevas rutas hacia el trabajo, evitando librerías, paseos marítimos, alamedas, pobres, desesperados, enamoramientos, mujeres melancólicas, animales heridos, ánimas confusas; es decir: Aprendí a sobrevolar antiguos escenarios, la evocación, con cierta soltura y gafas de sol.
Engordé, pasaba los días picoteando entre horas programas de televisión, mucha sidra, juegos de consola y listas de los cuarenta principales. Ya era capaz de reírme con los gags públicos, blasfemar en el futbol, subir a los andamios para destacar las tetas –plaza- de -toros de la panadera. Mis amigos de siempre, a los que no veía nunca, dejaron de azuzarme con los paraguas e incluso, mi hijo, notó el cambio y me regaló el día del padre un frasco de colonia “Spirit” de Antonio Banderas (lloré de la emoción). Todo estaba bien, mi entorno se ajustaba como un anillo al dedo. Pero la adición controlada es una hábil mentirosa, cada mañana me decía: “¡Joder tío, de puta madre, qué fuerza de voluntad, para mí la quisiera! Ya estás desenganchado, sano, ni una secuela: Enhorabuena”
Qué imbécil soy, bajé la guardia y dejé una mínima grieta en la campana que con tanto esfuerzo soplé. Siempre es así, en una boda, en un bar, alguien se acerca y te dice: Un búho rojo no puede hacerte daño o fúmate este libro azul: ¿Qué puede pasar? No colgarás tus llaves en peces de colores sólo por una caladita, un sorbo breve.
¿Recuerdas, liante? : Acepté tu abrazo en Valencia, en el 2006. “Entre poetas se tiembla con retardo, con ausencia, en el retorno de lo dicho” y volvió a complicarse mi vida. Al domingo siguiente fue un trocito pequeño de culpa, entre semana unas pocas nubes, algún verderón abatido y cuando quise darme cuenta, entraba con naturalidad en las librerías, buscaba el mar, amaba mujeres melancólicas y sólo pensaba interiormente las tetas-plazas- rotundas-en- abril de la panadera.
Cabronazo: Esto no se le hace a un amigo. Tan guapo que andaba yo con la desintoxicación cumplida y ahora, de nuevo poeto dependiente, angustioso poetante y lo peor: Echándote de menos a diario. Algún día me las pagarás con tu visita y entonces, lo juro, sabrás lo que es morir de sidra.
Julio

Víktor Gómez Valentinos dijo...

No, no hay replica, verbigracia, decires.

Solo,
silencio complice,
aullido inaudible,
Diástole
del viento,
Sístole
del océano
y la luna.

Y un borrarse las respuestas.

No, no hay detrás de tu llama
estela ni música
ni el mínimo musitar.
Desmundado
queda el espacio
la hora,
el amigo.




Un abrazote,

Tu Víktor